ojos


sábado, 5 de noviembre de 2011

AMORES DE PATIO

“Era tan poco en la vía, tan poco que nada eraaa, por no tener no tenía, ni mare que lo quisieraaa.” Quintero, León y Quiroga cruzan las barreras invisibles de la vieja corrala a través de unos cristales mordidos por los años y la suciedad. Dos pisos más abajo, en el tercero izquierda, Tino se esfuerza en vano por aislarse de aquella maldita cancioncilla que ya no podrá quitarse de la cabeza en toda la tarde. En un diminuto salón-comedor-cocina-cuartodestar y sobre un raído, pero limpio, mantel de hule color caramelo, los brazos del chico reposan en tensión mientras sus manos sujetan con firmeza un ejemplar del Código Civil. Por tradición familiar ejercerá la misma profesión que su padre. En la pequeña ciudad castellana que lo vio nacer quedó el padre, procurador de los tribunales y viudo desde el mismo momento en que la débil salud de la madre no logró superar el parto en el que lo trajo al mundo.  Ahora, el estudiante se esfuerza en ponerle a su futuro un sello de dignidad y brillantez que haga sentirse orgulloso a su progenitor, si es que la tonadilla que le impide concentrarse como debiera en los indescifrables y farragosos términos jurídicos se lo permite. ¡Esto es insoportable! El próximo curso buscaré alojamiento en un Colegio Mayor… El chico, visiblemente irritado, aprieta las manos contra sus oídos mientras grita y repite por enésima vez, con toda la potencia de su garganta: ¡Título séptimo, Capítulo primero, artículo doscient…!

Los años 50 duelen a las gentes que viven en los barrios obreros de las grandes ciudades. Jornadas de más de doce horas para un sueldo insuficiente. Habitaciones con derecho a cocina. Cuartos de aseo colectivos en los patios de las corralas. Pero la misma mirada alegre, la misma sonrisa sincera, el mismo saludo desenfadado cada vez que se cruzan con un vecino en el ir y venir habitual atravesando corredores o subiendo y bajando escaleras.

¡Loliiiiiii! ¡Sube ahora mismo, la comida está encima de la mesa! En el quinto derecha, Loli y su madre se disponen a dar buena cuenta de un sabroso, aunque austero, plato de cocido madrileño. La niña ha de volver al instituto y en su rostro se refleja el fastidio y el aburrimiento por enfrentarse de nuevo, como cada tarde, a esa mujerona de pelo estirado en un moño bajo hasta límites insospechados y mirada acusadora, autoritaria y torpe llamada “señorita Lupe”. Qué ganas de hacerme perder el tiempo. Un día me cruzaré en el portal con  alguien, no sé… el vecino de abajo… dicen que va para abogado ¡tan guapo!… aunque a mí esa vida no me atrae. Prefiero echarme de novio  un cantante, un torero, un locutor de radio…

A Loli, quince años recién cumplidos, le apasiona escuchar la radio. Encima del aparador que preside el salón-comedor-cocina-cuartodestar ella siempre recuerda un aparato Eureka de madera funcionando a todo volumen. La Piquer, Angelillo o Mairena se han convertido en  un miembro más de la familia. A falta de un padre que lleve el jornal principal todas las semanas, la madre de la joven trabaja en casa. Cose para las familias adineradas de la ciudad. Mañana, tarde y  noche, si es preciso. Al quedarse sin su amante legal, su compañía inseparable en cualquier momento del día es el “el octavo arte” como ella lo llama. No dicen que el cine es el séptimo, pues la radio es el octavo. ¡No hay que tener arte ni ná para lograr que nos embobemos tantas horas escuchando este maravilloso aparatito!

Se cruzaron por primera vez en el patio. Se saludaron. Hola. Ella se fijó en el negro zaino de sus ojos; él no sabría decir en cuál de las tres partes más atractivas de su anatomía había mirado primero. Quizá porque se ruborizó pensando en que aún era demasiado cría para sentir el respingo que le recorrió todo el cuerpo cuando se dio media vuelta para ver cómo se alejaba escaleras arriba. Ella volvía de clase y él acudía a su primer examen en la facultad. Por eso, en un principio, creyó que su nerviosismo se debía a la proximidad de la prueba y a su escasa confianza en superarla de forma satisfactoria. Durante los siguientes meses, aquel patio de vecinos fue el lugar preferido por ambos para verse. Eternas conversaciones al arrullo de los grillos, sentados en los escalones del hueco de la escalera. Primeros escarceos amorosos. Primeras dudas. Primeras discusiones. Loli, cariño, dile a tu madre que no ponga tan alta la radio. Retumba demasiado entre las paredes del patio y así no hay forma de concentrarme en el estudio.

La tarde en que la vio colgada del brazo de otro chico era primavera. Tino regresaba de la biblioteca de la facultad. El amor impidió su huida de la casa y la única manera de afrontar con éxito los exámenes era huyendo de aquellos gorgoritos inacabables y ensordecedores que repartía tan generosamente a toda la vecindad el aparato de radio de la madre de su novia.  El cielo barruntaba tormenta porque las nubes, cárdenas y amenazadoras, corrían como locas para abrazarse unas a otras y desencadenar un torbellino premonitorio de encuentros y desencuentros merecedor de figurar en el guion de una radionovela. Los vio de espaldas, muy juntitas las caras. No hacía frío pero se quedó helado. Era ella. No le cabía ninguna duda. En un segundo, comenzó a tronar y empezaron a caer las primeras gotas. Los relámpagos le deslumbraron como si quisieran confundirle y hacerle dudar de la escena que había presenciado. A continuación, algo parecido al diluvio cayó sobre él, que se había quedado parado en medio del patio, a la intemperie, con los ojos muy abiertos y el corazón tan apretado y dolorido como si el rayo que acababa de caer en algún descampado cercano le hubiera atravesado de parte a parte.

 Desde la ventana del quinto derecha, le llegó nítida e inesperada la dedicatoria de una canción: Con todo mi amor, para esa chica a la que nunca podré olvidar.  La soleá fue rebotando de ventana en ventana con la misma virulencia que la recién caída tormenta,  y la imagen de la pareja, cogida de la mano, corriendo a resguardarse en algún rincón oscuro del patio de vecinos se quedó grabada para siempre en su álbum de recuerdos.

  “La noche del aguacero/dime dónde te metiste/que no te mojaste el pelo”.



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