A Toño iban a darle el "paseo" aquella noche. Era el siguiente en la lista, tras su padre, mi abuelo. Sin embargo, ocurrió lo imprevisible: sus verdugos, a la hora en que debían ir a buscarle a casa para cumplir el macabro ritual, tomaron un camino equivocado y se perdieron en el bosque. Toño era leñador. Conocía los senderos como la palma de su mano. Aquella madrugada cuatro fusiles asesinos quedaron mudos antes de llegar a las tapias del cementerio. Y mi madre lloró de alegría.
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