Se quedó absorto.
Acababa de esconder la palabra FIN del último libro que le habían recomendado y
le llamó la atención el insistente golpeteo de las gotas de lluvia contra los cristales.
El cielo, plomizo y plata, le lanzó una estruendosa carcajada. Vaya, parece que va a caer una tormenta. De
inmediato, se acercó a la oscuridad del ventanal y apoyó su frente contra la
fría cristalera. En ese instante, un inesperado fogonazo le deslumbró hasta
dejarle con la sensación de haber iniciado un viaje a través del túnel de los
días perdidos. Se encontró rodeado de extraños personajes, aunque no le
resultaban desconocidos en su totalidad. Vestían unas túnicas elegantes y
variadas en su coloridos; sus rostros aparecían cubiertos por máscaras.
Máscaras negras y blancas. Intentó acercarse a ellos, tocarlos, pero una
pequeña descarga eléctrica se lo impidió. Debe
de ser la electricidad de la tormenta. Fue a hablarles, a dirigirles la
palabra, para interesarse de dónde procedían y por qué se habían presentado
todos a la vez en su habitación. Pero la voz se negó a salir de su garganta. Carraspeó
varias veces. No hubo manera. Sus cuerdas vocales no le obedecieron. Insolentes
y descaradas, como si se hubieran vuelto de cartón, le negaban la posibilidad
de articular una palabra con el volumen adecuado para que sus improvisados
visitantes le pudieran escuchar. Decidió gesticular: el mismo fracasado intento
le acompañó. Su rostro y sus brazos permanecieron rígidos, estáticos,
inmóviles. Así pudieron transcurrir minutos, horas, tal vez días enteros. Él,
de pie; ellos, en la misma arrogante postura con la que aparecieron en la
estancia. Frente a frente. Él, sin apartar su mirada de aquellas máscaras; ellos,
sin mostrar la más mínima intención de darse a conocer. Sin embargo, por un
instante, volvió a percibir con levedad que esas túnicas, ataviadas con su
correspondiente careta, ya le habían acompañado en otras ocasiones.
El último trueno de la
tempestad se dejó de oír a través de ecos cada vez más lejanos. Parpadeó para
recobrar la calma. Seguía en pie. Abstraído. Pensativo. Las máscaras negras y
blancas habían desaparecido del aposento. Respiró profundamente. Abrió la
ventana y dejó que el olor a tierra mojada le invadiera los sentidos. Se
encogió de hombros y sonrió. Al fin y al
cabo, solo ha sido una tormenta de primavera.
9 comentarios:
En una tormenta has imaginado un gran misterio, o me lo has hecho soñar a mi. Gracias.
Hermana, espero que estas máscaras nos abandonen de una vez y que el sol esparza sus colores.
Muases libres de pesadillas.
A veces las máscaras pueden ser aterradoras, pero siempre habrá una tormenta que diluya los miedos.
Besos.
Dicen que tener máscaras colgadas en casa trae mala suerte, menos mal que al personaje de tu relato se le desvanecieron cuando acabó la tormenta.
Un beso Koncha!!!!!
Qué pasen todas las tormentas que nos acechan, las atmosféricas y las otras, y que sigas escribiendo frases como esta: el túnel de los días perdidos. ¡Qué bonito!
Besos
Me gusta mirar las tormentas desde la ventana, me parece todo un espectáculo, lo que no me gusta tanto es que traigan a esas máscaras con ella. Parece que tu protagonista ha aguantado bien el tipo. Creo que ya vamos teniendo ganas de que salga el sol.
Besos
Un misterioso sueño dentro de una gran tormenta, menos mal que paso todo dejando su olor a tierra mojada.
Besos.
La actitud de tu protagonista me ha recordado a la de los protagonistas del cuento que desgranamos ayer en el club. Besito.
Acabo de entender el motivo de que las tormentas nos parezcan inquietantes... es por el reflejo que nos muestran los relámpagos
Besos
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