¿Por qué los mayores son siempre tan
mandones? Zapatilla, no hagas esto. Zapatilla, no hagas lo otro…
La vida de Zapatilla ha transcurrido desde que
nació entre grandes campeones. Sus antepasados, llenaron de trofeos las
vitrinas de los distintos jinetes que los montaron. Venían de una estirpe de
purasangres (que, para quien no lo sepa, es una raza de caballos producto del
cruce de la árabe con las del norte de Europa) acostumbrados a las grandes
victorias en cualquier lugar del mundo. Conocieron a la flor y nata de los
hipódromos. Y, cuando les llegó el momento de retirarse y de transmitir a sus descendientes
lo que ellos aprendieron, lo hicieron de la mejor forma posible, lo mejor que
supieron.
Cuando
era potranca, que así llaman a las yeguas hasta los tres años, su ilusión de
convertirse en una digna sucesora de sus antecesores no se vio defraudada.
Siempre que saltaba a las pistas, más que galopar, volaba sobre los tapetes en
los que corría, ya fueran de hierba o de tierra. Velocidad, fuerza y
resistencia eran sus atributos. Aprendió las distintas disciplinas con una
facilidad y una soltura dignas de la gran campeona en la que se quería
convertir. Ahora, en carreras en plano; mañana, en carreras de vallas; al mes
siguiente, en las de campo a través, también sobre la arena de la playa. En
todas destacaba y en todas lograba que su familia y amigos se sintieran
orgullosos de ella.
De
cría, con apenas tres meses de vida, a ella le hubiera gustado más ser artista
de circo. Danzar con elegancia y guapeza al son de la música, junto a los
elefantes y a los demás animales que viven y trabajan bajo las carpas. Trotar
el vals de las olas, dando vueltas y vueltas sobre sí misma mostrando en cada
equilibrio todo el donaire que llevaba en su sangre. Pero la tradición familiar
y, sobre todo, sus facultades físicas, prevalecieron. Zapatilla no podía ser
otra cosa que competidora y campeona en las grandes rectas de los hipódromos.
Hubo una etapa en su aprendizaje que también se quedó prendada de los
ejercicios que realizaban algunos de sus amigos en competiciones de saltos con
obstáculos. Saltar rías, obstáculos verticales, combinados… la habilidad por
encima de la fuerza. Pero, como todo el mundo, Zapatilla no era perfecta. Ella
tenía un físico importante, una fuerza fenomenal, pero la destreza y la pericia
no eran lo suyo. Digamos que era un pelín torpe para domesticar su cuerpo en
filigranas y otras habilidades.
Una vez, a nuestra amiga la llevaron de vacaciones a una ciudad andaluza
llamada Jerez de la Frontera. Allí se hizo muy amiga de un potro de cuatro años,
Danzón, que iba a aprender a una escuela llamada Real Escuela de Arte Ecuestre.
Y Zapatilla se embelesó con las figuras, bailes y piruetas que realizaban. A
cada ejecución de un ejercicio, los ojos de la potrilla se ponían redondos como
luna llena. ¡Qué envidia! Siempre al
compás de la música clásica, los caballos son conducidos al paso o al trote,
cambiando de ritmo y realizando giros y arreones. Y le entró la fiebre por
dedicarse al espectáculo de la danza a cuatro patas. Zapatilla, cariño, no seas cabezota. Tú has nacido para competir en las
carreras. Derrochas energía. Para lo pequeña que eres, siempre dejás atrás a
tus amigos los mayorzotes porque posees el don de la velocidad. Además eres
disciplinada y obediente cuando se trata de entrenamiento al aire libre, pero
demasiado rebelde para tirarte horas y horas de adiestramiento en un espacio
reducido. Tu carácter no lo aguantaría.
¿Por qué los mayores siempre quieren
llevar la razón? No hubo forma de convencerla. Aquel otoño lo
pasó en la escuela de aprendizaje para potrillas inexpertas en el ballet
ecuestre. Tras una semana de ejercicios, el cansancio, la monotonía, el
esfuerzo y la falta de memoria para retener los pasos que acompañaban a cada
coreografía, su ilusión fue menguando. Lo que tenía que ocurrir, ocurrió y
Zapatilla entre lloros e hipos suplicó que la sacaran de allí. No aguantaba más.
Hora tras hora tras hora dando vueltas, girando ahora a la derecha, ahora a la
izquierda al son de la misma melodía se le hacía insoportable. ¡Cuánto echaba
de menos las correrías y entrenamientos por los bosques cercanos a su casa!
¿Por qué los pequeños se ponen tan
testarudos en algunas ocasiones? A Zapatilla no tuvieron más
remedio que darla de baja en la escuela. El futuro de la potrilla pertenecía a
las pistas de los hipódromos. Entonces fue cuando nuestra protagonista se
encontró con Bolero. Hermoso, avispado, ágil, veloz… pero un gandul de primera
categoría. Como la historia de Bolero ya la conocemos, prefiero seguir con la
de nuestra caprichosa y campeona corredora de grandes premios. Decía que a
partir de la mala experiencia que tuvo con su antojo de aprender a bailar, puso
todo su empeño en desarrollar sus aptitudes para la competición a la cual realmente
pertenecía. Trotó, corrió, galopó los siete días de la semana como nunca lo
había hecho antes. Jamás se cansaba. Nunca encontraba el momento de abandonar
lo que para ella, por fin lo había descubierto, era su vida. En cada carrera
que disputaba, la ganara o no (porque no siempre se puede quedar el primero en
todo lo que se participa) se divertía como si nunca hubiera vivido aquella
experiencia. Saltaba a la pista alegre, risueña, decidida a dar lo mejor que
llevaba dentro para que su familia se sintiera orgullosa de ella.
Una
vez, disputó una de las carreras más espectaculares del mundo, que se celebra
en un rinconcito de Cádiz llamado Sanlúcar de Barrameda. Correr a ras del agua
fue la experiencia más maravillosa que le había ocurrido hasta entonces. No quedó
la primera, ni la segunda, ni la tercera, pero le dio absolutamente igual. El
contemplar la grandiosidad de la mar, el
sentir la brisa sobre sus crines, mientras chapoteaba a galope tendido sobre las
arenas de aquella playa, significó alcanzar uno de los trofeos que guarda con
más satisfacción en su estantería de gran campeona.
¿Por qué los mayores siempre quieren lo
mejor para sus pequeños? A esta pregunta que respondan los
pequeños, que yo ya no lo soy.
Margari, Marta: Encontré a la amiga de Bolero y me contó su historia. Os la dedico.
13 comentarios:
¡Que Preciosidad de Historia! Pedazo de Atleta, Zapatilla.
Los mayores siempre intentan hacer lo mejor por los más pequeños y contribuir a dejar su experiencia. No siempre es bien recibida, pero el tiempo, normalmente, les da la razón.
Un abrazo, Concha y un arrumaco para mi Kafetín.
Qué difícil es ser mayor y no equivocarse ¿verdad, Pedro? Un beso y ronroneos.
Me guardo la historia para mañana, para leerla junto a mi peque. Y llevarnos la sorpresa juntitas. ¡Gracias Koncha!
Besotes!!!
Felices sueños. Besazo!
¡Qué suerte tiene Zapatilla de disfrutar de la arena gaditana! Pues yo tampoco creo que te pueda responder a la pregunta...
¡Precioso cuento, hermana!
Muases trotones.
Tal vez es porque no queremos que cometan los mismos errores que nosotros, pero es inutil, ellos tienen que equivocarse para aprender. Como bien dice el refran "Nadie escarmienta por cabeza ajena". Gracias por esta preciosa hstoria Koncha, besitos
Jeje... Hermano, es que también eres mayorzote. Muás.
Silvia, llevas toda la razón. Y nuestro refranero, también. Besazo.
Un relato precioso, con muchísimo para masticar.
Menuda pregunta... podría pasarme horas hablando sin decir realmente nada.
Besos
La respuesta la tienen los pequeños cuando se hacen mayores. ¿O no? Pues ahí queda. Un besazo, mientrasleo.
PRECIOSO RELATO QUERIDA AMIGA, LA PREGUNTA ME DEJA PENSANDO, PUES NO TENGO LA RESPUESTA.
QUIZÁ NECESITAN VERSE REFLEJADOS EN ELLOS.
BESOS GIGANTES
CARIÑOS Y RONRONEOS.
Gracias, Luján. El mundo de los mayores, a veces, es indescifrable. Besazo. Y ronroneo de Kafeto.
Esta tarde estuve leyendo el cuento con mi peque. Y aparte de que nos ha encantado, con las preguntas mi hija se ha hartado de reír... Porque las piensa. Y hoy seguro que las ha pensado más de una vez porque hoy ha sido día de ponerse seria con ella, que está en época rebelde...Que todos tenemos esos días, pero hay que pararlos.
Y me ha contestado a la pregunta... Porque los queremos mucho, mucho, mucho...Y cuando alguien quiere mucho, mucho, mucho a otra persona, siempre quiere lo mejor para ella. ¿A qué es para comérsela??? Que no me la he comido, porque hoy tocaba estar seria con ella... Pero de mañana no pasa!
¡Muchísimas gracias Koncha por este fantástico cuento! Y por la mención!!! Que es lo que más le sigue sorprendiendo a mi pequeña.
Besotes!!!
Margari, solo por imaginarme a tu peque riéndose ya ha merecido la pena escribir este relatillo. Mira que no te veo yo a ti muy "Rotenmeyer"... ¡Qué difícil educar a los "locos bajitos"! Y no lo digo por experiencia propia, que siempre he sido muy comodona para asumir esa responsabilidad. Creo que mañana debes darla un mordisquito ¿eh? Besazos para las dos.
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