ojos


sábado, 31 de diciembre de 2011

¡¡NOS V E M O S EN EL 2 0 1 2!!


31 DE DICIEMBRE

2011 se despide con un regusto de amargura en el fondo de la copa de champán. Pero la vida es caprichosa y le gusta jugar al escondite. Ahora se esconde detrás de una gota de lluvia, mañana lo hará bajo una tímida sonrisa; pasado mañana situará su varita de la fortuna sobre los párpados de tu muñeca de trapo favorita... y así las piezas del tablero de ajedrez, que nos aguarda vacío hasta que las manillas del reloj den las mágicas campanadas, irán depositándose al azar sobre una casilla indeterminada. La ilusión de Kafeto para dentro de 366 días es que no falte ninguna pieza sobre el tablero y que de todas las copas que levantemos el 31 de diciembre de 2012 se desprendan burbujas de entusiasmo, alborozo y optimismo. A la vez que me da este mensaje para que lo transmita a través de mis palabras, levanta su pata izquierda y la ofrece complaciente en un gesto de complicidad y buenos deseos para todos sus amigos y seres queridos. Acto seguido, apoya su cabeza en el hueco del brazo de su silla ergonómica preferida y se dispone a dormir profundamente...        


                         "Anoche cuando dormía 
                          soñé, ¡bendita ilusión!, 
                          que una colmena tenía 
                          dentro de mi corazón; 
                          y las doradas abejas 
                          iban fabricando en él, 
                          con las amarguras viejas, 
                          blanca cera y dulce miel."   ANTONIO MACHADO                                          

miércoles, 28 de diciembre de 2011

MI BLOG ES DE IMPACTO CERO

Geniale.es planta tu árbol junto a ti y en asociación con www.iplantatree.org. Una iniciativa alemana que encabeza algunas obras de repoblación forestal en distintas areas del planeta.


martes, 27 de diciembre de 2011

"LA SOMBRA DE LAS HORAS"

Un recién nacido que va a dar mucha guerra en estas páginas, en las librerías, en los kioskos, en los grandes almacenes y en todos aquellos puntos de venta por los que la Editorial Círculo Rojo lo ha distribuido. Imprescindible para cualquier biblioteca que se precie de tener en sus estantes una pequeña joya literaria del relato corto contemporáneo. ¡¡Suerte, hermano!!

lunes, 26 de diciembre de 2011

UNA PANDERETA SUENA...

El reloj de péndulo rojo y manillas escarlata, ding.. dong.., canta un villancico en lo alto de la pared. Un belén invisible cruza su inmenso río escarchado de lado a lado del salón. En la radio preparan con aroma de almendras el plato preferido de las familias madrileñas. Como todos los años, Chencho se pierde entre las multitudes de la Plaza Mayor. Noche de fiesta por correspondencia, noche de risas al por mayor. Lentejuelas cosidas con hilo de seda al son de panderetas que suenan en el viento, que suenan en los labios, que suenan en las manos de todos aquellos que cada solsticio de invierno celebran unas fiestas milenarias.

Las crónicas narran que antes de que un niño llamado Jesús naciera en la ciudad de Belén, mucho antes de que algunos monarcas de lejanas tierras,  tildados de magos, se presentaran con regalos fastuosos dedicados al nuevo Rey, bastante antes de que un orondo señor con largas barbas blancas y ataviado con vestimentas rojas (inspirado en un santo cristiano llamado Nicolás) cruzara los cielos del Nuevo Mundo montado en un trineo cargadito de obsequios para todos los niños buenos, existió una civilización que, por estas fechas, festejaba una tradición pagana (la del vencimiento del sol sobre las tinieblas) que tenía a la agricultura como uno de sus ejes. Allá por el año 350, a un papa cristiano se le ocurrió elegir el 25 de diciembre para conmemorar el nacimiento de Jesús de Nazaret, aunque nadie conoce el día ni el mes exactos en los que nació Jesucristo.

En el rincón más calentito de la casa, tumbado sobre una mullida alfombra, Kafeto escucha un leve tintineo de  campanillas que viene desde lo alto del invisible árbol de navidad que adorna el salón. Perplejo, se incorpora y camina con sus andares apacibles hacia el lugar de donde proviene la melodía. A medida que va avanzando por la habitación, sus bigotes se arquean, sus ojos se redondean como la luna llena y su hocico inicia unos movimientos de asombro casi imperceptibles... el cascabeleo que le sacó de su descanso se empieza a mezclar con un resonar de panderetas y zambombas.  Aturdido por el estallido de  los diversos armamentos musicales, como una flecha da media vuelta y se desploma sobre la alfombra que abandonó un ratito antes. Cierra los ojos, apoya su barbilla sobre las patas delanteras... y se deja abrazar de nuevo por la ensoñación.

martes, 13 de diciembre de 2011

MARTES Y 13

Mientras un día martes y trece se acerca de puntillas, escucho cómo la vida se debate al otro lado de las ondas entre primas de riesgo, rumores de pasillo, deseos adolescentes y apologías de presuntos maquiavelos. Kafeto dormita encima de una pequeña mesa auxiliar. El tango "Cambalache" (cuya letra parece inspirarse en comportamientos y situaciones de ahora mismo) me sirve de pretexto para preguntarle su opinión con respecto al cariz que están tomando los acontecimientos de índole político-social. Le sugiero la posibilidad de que, en unos pocos años, nuestro planeta se asfixie debido al poco talento negociador de unos políticos a los que les importa un bledo, como al mítico protagonista de "Lo que el viento se llevó", si el aire que respiramos está limpio  de partículas contaminantes o si la temperatura de nuestra atmósfera sube y sube imparable como la cesta de la compra en navidades. Kafeto ni se inmuta. Yo me asusto porque pienso que puede haberse quedado sordo de repente debido a algún mal aire que haya entrado por la ventana esta mañana mientras se ventilaba la casa. Me acerco a él, inquieta,  con intención de comprobar su estado de salud. En un tono de voz enérgico y sonoro le digo si no teme perder alguna de sus vidas por culpa de los irresponsables que se saltan acuerdos y protocolos firmados sobre papeles mojados por torrenciales lluvias demagogas e hipócritas. Entonces, el minino da un brinco repentino, me mira de soslayo, me bufa indignado y se recoloca, pancho y feliz, en el lado más protegido de su sillón predilecto. 

sábado, 10 de diciembre de 2011

DICIEMBRE

Diciembre me cae simpático. No puedo evitarlo. Hace cinco décadas y nueve años que diciembre es mi mes favorito. De pequeña me embargaba la magia de las navidades; luego, cuando descubrí en qué consistía el truco,  llegué a la conclusión de que sería bueno mantener en mi calendario unas fechas en las que las emociones se descontrolan a ritmo de zambomba y almirez. Lo llaman tradición. No voy a cuestionar ahora (este no es el momento) la veracidad de una historia que cuentan ocurrió hace alrededor de dos mil años, pero a pesar de mi incredulidad, diciembre me cae simpático. Mantengo mi propia tradición y en ella caben, sobre todo, las personas de mi entorno que componen el cóctel perfecto y armónico para seguir afirmando con vitalidad y asombro mal disimulado que diciembre es mi mes preferido... ¡Huyyy...! Casi se me olvida comentar que yo nací un 15 de diciembre.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

LA CONSTITUCIÓN

Anoche, mientras recolocaba mis pensamientos,  me propuse dar vacaciones a Kafeto. Se las merecía. Casi seis años aguantándome eran acreedores de un día de libertad fuera de estas cuatro paredes. Y, además, el aniversario de la Constitución era también un buen motivo para poner en la práctica hogareña una pizca de todos esos derechos que, virtualmente, nos adjudica nuestra Carta Magna. Así es que, esta mañana, abrí la puerta de la calle y le dije a mi gato: "Kafe,  te puedes ir a conocer espacios desconocidos, donde te apetezca. Te dejo que disfrutes de una jornada a tu libre albedrío. Sal y ve a través de los tejados hacia aquellos lugares que tú creas únicos en el mundo..." A la media hora de tener la puerta abierta, la temperatura en mi casa amenazaba invierno. Kafeto, alzando su acolchada osamenta, se dirigió con su habitual parsimonia hacia la salida. Se plantó en medio del pasillo y, abriendo las fauces hasta límites insospechados, lanzó un maullido espectacular que traspasó mis oídos como si los hubiera atravesado el más afilado de los cuchillos. Después se dio media vuelta, volvió a su rincón favorito... y se quedó dormido plácidamente. Como es lógico, cerré la puerta de inmediato y, cariacontecida, me puse a meditar sobre el fracaso de mi iniciativa libertadora.

lunes, 28 de noviembre de 2011

PURA ¿FILOSOFÍA?

¿Sobre qué quiero escribir esta tarde? Pura filosofía. Eso es. Mi pluma me pide una reflexión, un pararme a pensar. ¿Sobre qué? ¿En quién? Miro a la ventana... y medito unos segundos. Me levanto, abandono por unos instantes el ordenador y busco en el diccionario: ..."incapacidad para tolerar o aceptar la opinión o deseos de otra persona en contra de los propios".  Esta es la definición de la palabra "INTRANSIGENCIA". No ha sido el azar, no, el que ha traído hasta mis ojos estas cinco sílabas. Debían de estar rondando mi cabeza desde hace algunos minutos porque apenas he tardado un suspiro en encontrar el significado. Si hablamos de voluntades, toda persona tendría que ser capaz de actuar con nobleza, objetividad y empatía ante comportamientos que no comprende o que van en contra de su entendimiento y querencia. Así pues, si alguien es incapaz de tolerar o aceptar lo que otra persona  propone sin menoscabar, humillar, despreciar y descalificar la actitud que se pretende llevar a cabo, yo no solo le doy un calificativo, el mencionado anteriormente, sino que sumo algunos más que el lector puede añadir de su propia imaginación. El resultado de este explosivo cóctel me lleva a una deducción: por mucho que algunos filósofos se hayan esforzado a lo largo de la Historia de la Humanidad en razonar adecuadamente las inexplicables reacciones de algunos seres ¿humanos? Lo siento, pero arrojo la toalla. Me viene a la memoria el nombre de aquel pensador de la antigua Grecia, maestro de ¿Platón? que "no escribió ninguna obra porque creía que cada uno debía desarrollar sus propias ideas". Las mías cada vez las encuentro más enredadas... ¿Será verdad que no sabemos nada?



martes, 22 de noviembre de 2011

PREGUNTAS SIN RESPUESTA

          Enfrente de mí, Kafeto (gato sabio donde los haya) me mira con fijeza desde sus negras y dilatadas pupilas nocturnas. Gira las orejas en cortos ángulos de 45 grados atento al máximo ante cualquier iniciativa mía de incitarle para jugar con su pelota preferida. Olfatea con interés las cuatro esquinas de la pantalla del ordenador desde donde estoy escribiendo y, con pausados y displicentes movimientos, se da la vuelta y deja reposar su amplia y mullida arquitectura sobre el cómodo sofá en el que nos disponemos a dialogar (Kafeto y yo conversamos de vez en cuando) sobre los últimos aconteceres al otro lado de estas cuatro paredes.  Yo le digo que no me gustan los tiempos que corren en el mundillo de la política... y el asiente con la cabeza; yo le sigo diciendo que no me fío de los dirigentes que se han encaramado en lo alto de la pirámide que rige nuestros pasos como ciudadanos libres... y él asiente con la cabeza; también le digo que habrá que seguir atentos todos sus actos para llamarles la atención si traspasan el límite de lo permisible en el modo de apretarnos las tuercas y dejarnos huérfanos antes de tiempo de los pequeños privilegios que hayamos conseguido en las últimas décadas de bonanza económica... y él asiente con la cabeza. Cuando le pregunto qué opina sobre el futuro que nos aguarda, no solo a nosotros dos sino también al resto de mutuos congéneres, Kafeto pega un brinco y se aleja con andares modélicos y elegantes hacia su comedero,  da unos pequeños bocaditos a su exquisita y nutritiva comida, bebe unos sorbitos de agua fresca del recipiente que siempre tiene a su disposición y regresa con el mismo paso, entre cansino, sosegado y bonachón, hasta el  hueco del sofá que abandonó momentos antes. Me mira, bosteza, se atusa los bigotes, sacude con envidiable  parsimonia su brillante y acafetada melena, se tumba sin recato sobre la revista que estoy ojeando, entorna los párpados, ronronea en varios idiomas a la vez... y se queda profundamente dormido.

viernes, 18 de noviembre de 2011

CIENCIA FICCIÓN

Desde el otoño, en una típica tarde lluviosa y templada en Vallekas, me paro a pensar en lo que va a ocurrir a partir del próximo lunes 21 de noviembre. Primer día después de unas elecciones generales. Me gustaría ser Julio Verne, y escribir "De la Tierra a la Luna", o Lewis Carroll y atravesar el espejo junto con Alicia para pasearme por Europa y descubrir lo que nos tienen preparado en los años venideros, o ¿por qué no? hermanar mi pluma a la de Robert. A. Heinlein (¡qué honor!) y relatar con todo detalle, y una pizca de rabia furibunda, la auténtica historia de una siniestra invasión alienígena reencarnada en el siglo XXI. Los amos y los títeres jamás podremos caminar en las mismas condiciones. Es más, los hilos de la desigualdad se van alargando más, y más, y más... Nos ha tocado ser títeres, lo siento... ¡Aaaah, si hubiera nacido en la época de Cervantes o Lope...!

miércoles, 16 de noviembre de 2011

EL OBJETO

Entro en los grandes almacenes y fijo mi atención en el objeto. Serena, acorto la distancia entre él y yo. Las luces del entorno dan la tonalidad más adecuada para que nadie aprecie nada extraño en mi comportamiento. Dentro de la vitrina, él resplandece como solo las grandes estrellas saben hacerlo. El hilo musical contribuye a crear el ambiente adecuado. Deseo poseerlo y lo intento alargando mi mano hasta límites insospechados. Lo tomo entre mis dedos. Se estremece. Todo está controlado. El objeto. La vitrina. La gente a nuestro alrededor. Todo está controlado menos los latidos de mi corazón.

martes, 15 de noviembre de 2011

PESADILLA

Bebió la gaseosa mientras echaba un receloso vistazo a su alrededor. La cafetería del hotel ofrecía un diseño vanguardista. Espacios inmensos, luminosos, con los últimos avances tecnológicos colgados del techo. De niño le atraía la arquitectura, pero la tradición familiar le obligó a elegir la abogacía como profesión. Y en ese punto estaba, recién estrenado su flamante título. Tembloroso, miró el reloj. Su contacto se retrasaba. Respiró profundamente, cogió el maletín y se encaminó a su habitación. Una voz picuda y avasalladora le hizo detenerse antes de alcanzar el ascensor. “¡Yo no recibo órdenes de nadie ni hago pactos con leguleyos novatos…!” Asustado, dio media vuelta y se escondió tras un artilugio decorativo que simulaba un banquillo en posición vertical. Se imaginó allí sentado, en una postura imposible, inculpado de los más despreciables delitos… Sonó un despertador. “Roberto, cariño, vas a llegar tarde al examen de Geometría Descriptiva”.

domingo, 13 de noviembre de 2011

LUNA VIAJERA

“Allí la descubro: amanecida, bella, sugerente; altiva y espléndida en su redondez, se marcha misteriosa tras la arboleda que circunda las vías del ferrocarril, mientras vuela displicente sobre la marquesina decimonónica de la estación de Atocha.”

Adriana no puede evitar la emoción, que le brota en los ojos cuando recuerda aquella locura de adolescente. Diecisiete años y un tocadiscos eran toda su fortuna; Bob Dylan y los Beatles, una ilusión por descubrir. Pero le descubrió a él, diecisiete años y  dos bautizos más, detrás de las cortinillas de un vagón de tercera.

Eugenio había vivido lo suficiente como para darse cuenta de que ella sería la gran pasión de su vida. Licenciado en subir y bajar maletas, no dudó lo más mínimo cuando las exigencias de la honestidad y los mandamientos de la sociedad le obligaron a tomar el camino equivocado.

“El transcurrir de los años no me impide reconocerla desde la inolvidable primera vez. Voluptuosa y furtiva, su brillo crepuscular acariciaba nuestros cuerpos y jugaba al escondite tras la ventanilla importuna de aquel vagón de tercera…”

No tiembles, aún es temprano… y ella va a guardar nuestro secreto durante toda la vida.

viernes, 11 de noviembre de 2011

DE MADRUGADA

A Toño iban a darle el "paseo" aquella noche. Era el siguiente en la lista, tras su padre, mi abuelo. Sin embargo, ocurrió lo imprevisible: sus verdugos, a la hora en que debían ir a buscarle a casa para cumplir el macabro ritual, tomaron un camino equivocado y se perdieron en el bosque. Toño era leñador. Conocía los senderos como la palma de su mano. Aquella madrugada cuatro fusiles asesinos quedaron mudos antes de llegar a las tapias del cementerio. Y mi madre lloró de alegría.

domingo, 6 de noviembre de 2011

BUENAS RAZONES

Isabel hablaba y hablaba con ese gesto tan suyo de mirada inflamada y ojos desorbitados. Su interlocutora, respondía a las preguntas con  monosílabos entrecortados y sonrisa poco convincente. ¡Oh…! No… ¡Oh…! Yo… No… Pero ella insistía en su indignación, como poseída por un sinfín de buenas razones que la llevaban en volandas a postularse en abanderada de la ley y el orden.

            Era temprano, apenas el mediodía acababa de empaparse de cemento y discos en rojo. El Paseo del Prado engullía con su murmullo a los más diversos visitantes que en la mañana otoñal respiraban los aires contaminados de la ciudad. Una improvisada banda, apenas seis o siete músicos aficionados, interpretaba con estruendo insoportable el tema principal de la película “Bonnie and Clyde”.  Encinas, eucaliptos rojos, castaños de indias y algún que otro ciprés común se dejaban divisar a lo lejos en el cercano parque del Retiro.

            Furibunda, aunque coloquial, trataba de entender el razonamiento que en un español apenas perceptible le brindaba aquella chiquilla de pelo oscuro, mal recogido en una trenza,  y modales irreverentes y desafiantes. Yo a ti, no. Nunca a gente de aquí. Yo nunca a ti. Al cabo de casi media hora de desigual conversación, los colores del arco iris aparecieron levemente en el horizonte, en su semblante. La borrasca emocional tomaba otro cariz. Diríase que una especie de bálsamo protector y comprensivo se extendía sobre la escena matritense. El tono de su voz empezó a moderarse. Las palomas y los gorriones volvieron a agruparse en torno a un quiosco de prensa cercano, de donde habían escapado momentos antes, invadidos por el pánico, como si se les viniera encima un accidente nuclear.

            Esther, al principio del encontronazo con las tres desconocidas, no daba crédito al aluvión de improperios que su amiga lanzaba contra ellas. Durante unos instantes, incluso se postuló claramente del lado de la honestidad y reaccionó con firmes y acusadores alaridos para afear la conducta de las supuestas ladronas. Luego, interpretó con claridad que su intervención no era en absoluto necesaria y se quedó a la expectativa en la retaguardia.

            ¿De dónde sois? ¿Cuántos años tienes? Ya… ya. Isabel escuchaba y escuchaba con ese gesto suyo, tan habitual, de mirada lluviosa y ojos de jarabe de melaza. Momentos después descendía por las escaleras mecánicas de un centro comercial cercano, camino del supermercado. Tras ella, desconcertadas y con entusiasmo mal disimulado, andares agradecidos y espíritu conciliador en sus semblantes, tres muchachas callejeras, de profesión amigas de lo ajeno,  daban por terminada la jornada laboral.

sábado, 5 de noviembre de 2011

AMORES DE PATIO

“Era tan poco en la vía, tan poco que nada eraaa, por no tener no tenía, ni mare que lo quisieraaa.” Quintero, León y Quiroga cruzan las barreras invisibles de la vieja corrala a través de unos cristales mordidos por los años y la suciedad. Dos pisos más abajo, en el tercero izquierda, Tino se esfuerza en vano por aislarse de aquella maldita cancioncilla que ya no podrá quitarse de la cabeza en toda la tarde. En un diminuto salón-comedor-cocina-cuartodestar y sobre un raído, pero limpio, mantel de hule color caramelo, los brazos del chico reposan en tensión mientras sus manos sujetan con firmeza un ejemplar del Código Civil. Por tradición familiar ejercerá la misma profesión que su padre. En la pequeña ciudad castellana que lo vio nacer quedó el padre, procurador de los tribunales y viudo desde el mismo momento en que la débil salud de la madre no logró superar el parto en el que lo trajo al mundo.  Ahora, el estudiante se esfuerza en ponerle a su futuro un sello de dignidad y brillantez que haga sentirse orgulloso a su progenitor, si es que la tonadilla que le impide concentrarse como debiera en los indescifrables y farragosos términos jurídicos se lo permite. ¡Esto es insoportable! El próximo curso buscaré alojamiento en un Colegio Mayor… El chico, visiblemente irritado, aprieta las manos contra sus oídos mientras grita y repite por enésima vez, con toda la potencia de su garganta: ¡Título séptimo, Capítulo primero, artículo doscient…!

Los años 50 duelen a las gentes que viven en los barrios obreros de las grandes ciudades. Jornadas de más de doce horas para un sueldo insuficiente. Habitaciones con derecho a cocina. Cuartos de aseo colectivos en los patios de las corralas. Pero la misma mirada alegre, la misma sonrisa sincera, el mismo saludo desenfadado cada vez que se cruzan con un vecino en el ir y venir habitual atravesando corredores o subiendo y bajando escaleras.

¡Loliiiiiii! ¡Sube ahora mismo, la comida está encima de la mesa! En el quinto derecha, Loli y su madre se disponen a dar buena cuenta de un sabroso, aunque austero, plato de cocido madrileño. La niña ha de volver al instituto y en su rostro se refleja el fastidio y el aburrimiento por enfrentarse de nuevo, como cada tarde, a esa mujerona de pelo estirado en un moño bajo hasta límites insospechados y mirada acusadora, autoritaria y torpe llamada “señorita Lupe”. Qué ganas de hacerme perder el tiempo. Un día me cruzaré en el portal con  alguien, no sé… el vecino de abajo… dicen que va para abogado ¡tan guapo!… aunque a mí esa vida no me atrae. Prefiero echarme de novio  un cantante, un torero, un locutor de radio…

A Loli, quince años recién cumplidos, le apasiona escuchar la radio. Encima del aparador que preside el salón-comedor-cocina-cuartodestar ella siempre recuerda un aparato Eureka de madera funcionando a todo volumen. La Piquer, Angelillo o Mairena se han convertido en  un miembro más de la familia. A falta de un padre que lleve el jornal principal todas las semanas, la madre de la joven trabaja en casa. Cose para las familias adineradas de la ciudad. Mañana, tarde y  noche, si es preciso. Al quedarse sin su amante legal, su compañía inseparable en cualquier momento del día es el “el octavo arte” como ella lo llama. No dicen que el cine es el séptimo, pues la radio es el octavo. ¡No hay que tener arte ni ná para lograr que nos embobemos tantas horas escuchando este maravilloso aparatito!

Se cruzaron por primera vez en el patio. Se saludaron. Hola. Ella se fijó en el negro zaino de sus ojos; él no sabría decir en cuál de las tres partes más atractivas de su anatomía había mirado primero. Quizá porque se ruborizó pensando en que aún era demasiado cría para sentir el respingo que le recorrió todo el cuerpo cuando se dio media vuelta para ver cómo se alejaba escaleras arriba. Ella volvía de clase y él acudía a su primer examen en la facultad. Por eso, en un principio, creyó que su nerviosismo se debía a la proximidad de la prueba y a su escasa confianza en superarla de forma satisfactoria. Durante los siguientes meses, aquel patio de vecinos fue el lugar preferido por ambos para verse. Eternas conversaciones al arrullo de los grillos, sentados en los escalones del hueco de la escalera. Primeros escarceos amorosos. Primeras dudas. Primeras discusiones. Loli, cariño, dile a tu madre que no ponga tan alta la radio. Retumba demasiado entre las paredes del patio y así no hay forma de concentrarme en el estudio.

La tarde en que la vio colgada del brazo de otro chico era primavera. Tino regresaba de la biblioteca de la facultad. El amor impidió su huida de la casa y la única manera de afrontar con éxito los exámenes era huyendo de aquellos gorgoritos inacabables y ensordecedores que repartía tan generosamente a toda la vecindad el aparato de radio de la madre de su novia.  El cielo barruntaba tormenta porque las nubes, cárdenas y amenazadoras, corrían como locas para abrazarse unas a otras y desencadenar un torbellino premonitorio de encuentros y desencuentros merecedor de figurar en el guion de una radionovela. Los vio de espaldas, muy juntitas las caras. No hacía frío pero se quedó helado. Era ella. No le cabía ninguna duda. En un segundo, comenzó a tronar y empezaron a caer las primeras gotas. Los relámpagos le deslumbraron como si quisieran confundirle y hacerle dudar de la escena que había presenciado. A continuación, algo parecido al diluvio cayó sobre él, que se había quedado parado en medio del patio, a la intemperie, con los ojos muy abiertos y el corazón tan apretado y dolorido como si el rayo que acababa de caer en algún descampado cercano le hubiera atravesado de parte a parte.

 Desde la ventana del quinto derecha, le llegó nítida e inesperada la dedicatoria de una canción: Con todo mi amor, para esa chica a la que nunca podré olvidar.  La soleá fue rebotando de ventana en ventana con la misma virulencia que la recién caída tormenta,  y la imagen de la pareja, cogida de la mano, corriendo a resguardarse en algún rincón oscuro del patio de vecinos se quedó grabada para siempre en su álbum de recuerdos.

  “La noche del aguacero/dime dónde te metiste/que no te mojaste el pelo”.



martes, 1 de noviembre de 2011

EL JÁKER

Abuelo, ¿qué es un jaker? La niña miraba con cara de gran interrogación a su acompañante, mientras paseaba por el parque cogida de su mano. El anciano, sobrecogido por la palabreja, y abrumado por la responsabilidad de no dejar a su nieta ante tamaña duda, se quedó mudo unos segundos... Abuelo, ¿no sabes lo que es un jaker? El pobre hombre enrojeció hasta el último pelo de sus vetustas orejas y siguió callado, los ojos perdidos en la lejanía, durante algún tiempo más... No te preocupes, abuelo, cuando lleguemos a casa, le pediré a papá que me lo explique él. Entonces, el abuelo suspiró profundamente, agachó la mirada y esbozó una tímida sonrisa. Sujetó con fuerza la mano de la pequeña y comenzó a tararear entre dientes una de las coplillas que aprendió de mozo, allá en los años 50, cuando cumplía la mili en el cuerpo de Intendencia: "En mi casa se ha metío, un intruso pinturero; dice que me quiere novia, y yo novio no le quiero..."

viernes, 21 de octubre de 2011

AZUL TURQUESA

 Me llamo Andrés y siento pasión por el mar desde niño. Aun sin visitarlo, me gustaba fantasear con arriesgadas aventuras a bordo de una goleta justiciera: bellísimas mujeres aguardaban mi llegada para liberarlas de bucaneros mercenarios, usurpadores de patrias sin fronteras, que las poseían y ultrajaban para luego venderlas como esclavas al mejor postor. Es una lástima que mis dotes imaginativas no fructificaran en el momento de elegir cómo ganarme la vida.  Me hice corredor de bolsa, en contra del deseo de mi madre, que siempre había soñado con tener un hijo guionista de cine o autor de teatro. Conocí el mar. Me enamoré del mar. Y vuelvo al mar, cada verano, para olvidarme de la mediocridad y el hastío que sufro en mi rutina diaria con las operaciones bursátiles.

Me hablaron de ellos cuando el almanaque marcaba los primeros días de junio. La pareja estaba al frente de un despacho de abogados en uno de los barrios más distinguidos de la ciudad  y yo andaba en litigios debido a una compleja herencia tan inesperada como sustanciosa. Me costó varias pagas extras, pero resolví el asunto de forma satisfactoria para mis intereses. Entre cita y cita, descubrí que el destino preferido de nuestras vacaciones estivales era el mismo, así que puse todo mi interés en no perderlos de vista. Mediante pueriles estratagemas, conseguí establecer un lazo de unión con ellos fuera del terreno laboral. En apenas unas semanas logré ganarme su afecto.

            Acepté la invitación de inmediato. Cuando Iñaki y Ofelia me propusieron realizar un recorrido por la costa alicantina a bordo de la “Pequeña Norma” no pude resistirme. En mi faceta de nuevo rico era un experiencia que me apetecía muchísimo y mis anfitriones pertenecían a la flor y nata de la jurispericia.  Era una oportunidad que no debía dejar escapar. Sin duda, conseguir su amistad me depararía enormes beneficios; en los círculos que frecuentaban jamás faltaba el político más encumbrado o el financiero de más renombre. A mediados de agosto íbamos camino del Cabo de la Nao con la esperanza puesta en un ansiado recreo veraniego. Por fin podría entrar por la puerta principal del Club Náutico sin necesidad de súplicas ni propinas con olor a soborno al portero de turno y sentir el orgullo de presentarme ante mis conocidos junto a dos de los más afamados ganadores de pleitos de la alta sociedad. Aquel sería un verano excepcional. Mi reputación ascendería como la espuma y mi prestigio social alcanzaría, por fin, el rango que siempre había soñado.

            La mañana se presentó espléndida. El turquesa del mar parecía surgido de mágicos pinceles, manejados con desbordada fantasía. La panorámica que se divisaba desde los miradores de la lujosa villa alquilada por mis recién adquiridos amigos solo podrían describirla con exactitud los grandes poetas del romanticismo. Como las  predicciones meteorológicas no aventuraban, a corto plazo, perturbaciones atmosféricas, nos pusimos en marcha a primera hora, pues queríamos aprovechar al máximo todo el tiempo que la luz del día nos regalara. Cargamos la embarcación con lo indispensable para disfrutar de una bonita e interesante excursión y zarpamos en dirección a la Marina Alta. El puerto de Denia sería un buen destino para descansar y pasar allí la noche.  Pero la noche llegaría antes de lo previsto.
           
Tumbado boca arriba sobre la proa del barco entorné los párpados y me dejé embelesar por el rumor de las olas y la refrescante brisa. Mis acompañantes conversaban en voz baja para no molestarme. A velocidad moderada, fuimos bordeando y dejando atrás, indescriptibles acantilados y pequeñas calas de aguas transparentes. Como el paisaje no me era desconocido, di rienda suelta a mi imaginación y jugué a averiguar mentalmente el lugar por el cual transitábamos… de vez en cuando, la lancha daba un saltito más violento de lo normal para el suave oleaje que nos mecía, pero no le presté demasiada importancia. De repente, el respingo que dio mi cuerpo debido a un brusco vaivén de la nave hizo que me sobresaltara. Me incorporé y busqué a mis amigos con la mirada. Todo a mi alrededor era tiniebla. Cárdena penumbra. El horizonte aparecía invadido por un inmenso mar de nubes. La inquietud y el temor ante el sombrío panorama que me rodeaba lograron desfallecer mi ánimo. Lo sorprendente era que, a pesar del aspecto de los cielos, el mar conservaba un oleaje tranquilo, nada embravecido.  Traté de serenarme, de recobrar la calma y puse a trabajar mis cinco sentidos para orientarme y buscar la causa de la desaparición de Iñaki y Ofelia. Sin duda, mientras yo elucubraba sumido en pensamientos oníricos, ellos se habrían lanzado a bucear en busca de alguna cueva submarina. Un aullido pavoroso acompañado del convulso movimiento del barco derrumbó de nuevo mis expectativas de tranquilizarme.  Tomé impulso y salté fuera de la embarcación. No caí al agua. Mi cuerpo se sujetó en un saliente de la roca que formaba parte de aquella gruta natural, porque ese era el espacio en el que me encontraba, el que descubrí asombrado una vez que mis ojos se acostumbraron a la oscuridad.

El espectáculo con el que me encontré parecía sacado de una narración de Julio Verne. Decenas de diminutas plantas marinas, parecidas a las adelfas, bailaban una danza macabra en torno a una pequeña balsa rectangular construida con juncos y maromas. En el centro de la armadía, apresados y amordazados, Ofelia e Iñaki trataban con sus desorbitados ojos de pedirme auxilio. Intentaban gritar, pero de su garganta apenas salían unos imperceptibles gemidos. Supusieron que acudía a rescatarlos. Pero mi reacción, inexplicablemente, fue huir de aquel espantoso lugar. Me lancé al agua y nadé con todas mis fuerzas hacia la salida de la gruta, un pequeño punto de luz blanca que divisé a lo lejos. Sin embargo, un remolino inesperado se encargó de dirigirme en sentido contrario. La luz salvadora se fue haciendo más y más pequeña hasta desaparecer. La negrura recobró protagonismo en mi desesperación. De nuevo solo. Otra vez perdido en una nebulosa. La precariedad de mi estado se vio agravada porque ahora me hallaba sumergido en el agua y a merced de lo que las corrientes submarinas quisieran hacer conmigo. Confuso y desorientado, me abandoné a mi suerte y dejé que el destino se encargara de sacarme de aquel laberinto. Pensé que si lo que me estaba sucediendo era una pesadilla, en cualquier momento despertaría… y eso fue lo que ocurrió. Abrí los ojos con una sensación reseca y amarga en mi garganta. Apenas si podía respirar, pero aspiré aliviado todo el frescor que el ambiente de la cueva me ofrecía. Relajé mis nervios y suspiré honda, profundamente. El horrible sueño ya no estaba conmigo… pero mis amigos, tampoco. “Pequeña Norma” y yo éramos los únicos moradores de aquella oquedad con aspecto de piscina natural, bellísimo fondo azul turquesa y paredes rocosas adornadas por una vegetación de algas ramosas y fosforescentes. Por lo menos, el silencio y la tranquilidad reinaban en el ambiente. Retomé mi idea de que estarían explorando las profundidades y me dispuse a esperarles. Al cabo de un tiempo sin que nadie apareciera por la superficie, comencé a inquietarme otra vez. Decidí retornar a casa yo solo. A pesar de mi inexperiencia, arranqué la lancha con el único pensamiento de recobrar el orden y el sosiego junto a mis compañeros de viaje.  Supuse que ellos, por alguna causa justificable, estarían de vuelta en casa, esperándome para darme una explicación a toda aquella locura. Con extrema precaución puse rumbo a la playita de la que habíamos zarpado. El crepúsculo comenzaba a mudar el aspecto del horizonte. A pesar de la lentitud con la que avanzaba, en un descuido, choqué contra un saliente del acantilado. El boquete dejó herida de muerte a “Pequeña Norma”. Aturdido por el golpe, caí al agua y sentí cómo me hundía lenta e irremisiblemente acariciado por la gelatinosa suavidad de algas multicolores. Y, de nuevo, volví a despertarme.

Iñaki y Ofelia me abofeteaban al unísono, histéricos, con los rostros desencajados y los ojos enrojecidos por el espanto. Se diría que una rara especie de enajenación mental se había adueñado de sus voluntades.

-¡¡Andrés, Andrés… despierta!! ¡Vamos a la deriva! ¡Hemos perdido de vista la costa y navegamos sin combustible,  empujados por el viento!

            La marea nos iba engullendo dentro de un torbellino de negra espuma, lejos de los graznidos nocturnos de las gaviotas. En un gesto inequívoco de llamada silenciosa a los duendes de la serenidad nos cogimos con fuerza de las manos. Teníamos pocas opciones de salvación, pero un sobrehumano instinto de supervivencia nos alentó a enfrentarnos a los peligros que nos acechaban. Un nudo en mi garganta fue el anuncio de que la cadena de ensoñaciones no había llegado aún a su fin. Entonces, eché a volar mi imaginación como cuando era niño: Allá, en la lejanía, vislumbré la sombra fantasmal de una goleta. Avanzaba hacia nosotros a toda marcha, rutilante, hermosa, segura y fiel.  Sin proponérmelo, comencé a esbozar en mi cabeza el argumento de una novela. El mar, envuelto en un manto azul turquesa, se revelaba como el personaje principal, inmenso, enigmático, furtivo y enamorado.




miércoles, 19 de octubre de 2011

ENEDINA Y JACOBO

Enedina y Jacobo se conocían desde que eran pequeños. Fueron a la clase de parvulitos del mismo colegio,  hicieron juntos el Bachiller y, años más tarde, también acudieron de la mano al mismo juzgado, a la misma hora y delante del mismo juez. Llegado el momento de buscar destino para el viaje de novios,  Jacobo propuso el Norte: era un gran aficionado a saltar las olas en las playas del Cantábrico. Enedina, no. Ella prefería aguas más pacíficas, menos movidas. Al cabo de varias discusiones, la muchacha convenció a su marido para pasar las primeras vacaciones con  Libro de Familia en una preciosa villa de San Pedro del Pinatar. Aguas tranquilas, cielo tranquilo, arena suave y acogedora. Él accedió gustoso… les quedaba toda una vida por delante.

            El primer aguijonazo lo sintió Jacobo en la boca del estómago… ¡Medusas! gritó Enedina entre saltito y saltito a diez centímetros de la orilla. Demasiado tarde. La zona abdominal de Jacobo se tiñó en pocos segundos de un rojo intenso, pimentonero.  Asustado y desesperado, se lanzó en plancha sobre la arena, frotándose con fuerza la zona picada. Otra vez, demasiado tarde, Enedina le chilló asustada… ¡Con la tierra no! ¡Con la tierra no! La semana siguiente transcurrió aburridamente tranquila. La joven acudió con puntualidad a sus saltitos y baños matutinos, mientras el marido la contemplaba, hastiado y molesto,  bajo una sombrilla.  Al cabo de varios días y viéndole muy restablecido de las picaduras, Enedina propuso alquilar una lanchita y adentrarse en el tranquilo mar a disfrutar de las maravillosas brisas mediterráneas. Las aguas volvían a su cauce y la pareja pareció retomar sensaciones idílicas.  Ambos, llevados por el balanceo y acariciados ligeramente por gotitas de agua que salpicaban con suavidad sobre la lancha, se tumbaron boca arriba para disfrutar con más comodidad de aquel momento, que suponían sería inolvidable.

            La noticia saltó a la primera página de todos los periódicos: “Pareja de recién casados sufre gravísimas quemaduras solares al quedarse dormida a bordo de una lancha en la costa murciana”.

            Dos años más tarde, Jacobo iniciaba los trámites de divorcio.

lunes, 17 de octubre de 2011

DESDE VALLEKAS

“Tus ojos me recuerdan las noches de verano...”


El verso de Machado, la voz de Paco Ibáñez. Madrid. Vallekas. Julio. La noche funde ecos de mil sonrisas nuevas, de juglares desnudos vestidos con la brisa suave y musical de palabras y expresiones  dibujadas en los ojos, con el gesto, en la piel.

Hoy vuelve. Hoy nace. Hoy se inicia, como por vez primera desde mil novecientos cincuenta y tres, un espectáculo inigualable que cada verano me pone el alma color de trigo. Vallekas sabe a mar en julio y en verano. Se enoja, como el mar, si tratan de imponerle fronteras inventadas desde el traje de alpaca y la mantilla negra. En las horas de fuego (ha cantado el poeta: ya son las 5 en punto) huele a sal y a marisma. El asfalto se ondula y vuelve azul, azul intenso y bravo. Mis raíces me han traído hasta aquí, hasta este lugar apacible, hasta este adorable barrio mío donde gentes entrañables y orgullosas y sencillas y cálidas y guardianas del pan y la hoz prenden fuegos de artificio que iluminan la cálida hora de los sueños y repiquetean como campanas estruendosas en cada rincón de mi parque, de mi habitación.

Madrid. Vallekas. Julio. Bullicio y alegría porque la del Carmen (Karmela rebautizada por quienes prefieren los cantos a los rezos) sale a dar su paseo vespertino a hombros de los cofrades como cada 16 de julio y deja su estela marinera un año más para que nadie  olvide  que la historia, nuestra historia,  se ha ido tejiendo nudo a nudo, a golpes de mar y lunas, durante toda la tarde, durante toda la vida, durante todas las noches del verano.

Vallekas, 16 de julio de un año cualquiera.

MICRORRELATO GANADOR DEL CONCURSO SEMANAL DE RNE "EL OMBLIGO DE LA LUNA"

EL MÓVIL

El sonido del móvil me despertó sobresaltada. Riiinng… Riiinng… ¿Quién llamaría a esas horas?  Eran las cuatro de la madrugada. Escudriñé en todos los cajones, busqué en mi bolso, rastreé cada rincón de la casa,  pero el dichoso aparato no daba señales de vida, salvo aquel horripilante soniquete. RiiinngRiiinng… seguía bramando a todo volumen. Los gritos y siseos de los vecinos a través del patio de luces se entremezclaron con el ruido torturador de mi pequeño artilugio comunicante… Riiinng… Riiinng… Y cuando el caos amenazaba con  provocar un incidente de incalculables consecuencias, el sonido del móvil me despertó sobresaltada.
MICRORRELATO INCLUIDO EN LA V ANTOLOGÍA DE VIVENCIAS OROLA

martes, 4 de octubre de 2011

ABANICOS PINTADOS A MANO

El cartel reposa a los pies de una joven morena cuya melena, recogida en dos trenzas que acarician y adornan con delicadeza sus hombros desnudos, hace juego con el tono tostado de su piel. Ella permanece sentada sobre un vetusto y desgastado escalón de granito. Se gana la vida decorando abanicos. Desde que llegó a la capital, como tantos y tantos emigrantes procedentes del otro lado del océano, persigue con anhelo el sueño europeo. De vez en cuando, levanta una mirada inexpresiva y ausente y la eleva por encima de los paseantes como si buscara la presencia de alguien a quien solo ella echa de menos. Apoya su espalda en unas rejas de hierro desconchadas, que separan el bulevar de un pequeño recinto ajardinado, donde lirios y azaleas comienzan a florecer. En su mano derecha sujeta un diminuto pincel tintado de negro con el que acaba de rubricar, sobre las tiernas varillas de madera, una de sus últimas creaciones. A su alrededor, los transeúntes van y vienen por el extenso paseo, la mayoría de ellos sin reparar en su presencia. Tampoco la mercancía que ofrece con una tímida y triste mueca, que pretende ser una sonrisa, llama demasiado la atención de los viandantes. Solo algunos niños se quedan absortos, mientras contemplan boquiabiertos las variopintas y curiosas imágenes de tribus indígenas que hay dibujadas en cada uno de los abanicos que, en torno a la muchacha, están esparcidos por el suelo, protegidos de la humedad de las baldosas por un tapete rojo carmesí. Es mediodía. Por las puertas que dan acceso a una cercana estación ferroviaria aparecen y desaparecen (bajo su decimonónica marquesina presidida por un regio y centenario reloj) viajeros, turistas, farsantes o habituales visitadores de la gran ciudad. Verónica separa sus ojos de otro abanico recién decorado y los fija con vehemencia en el semáforo que atraviesa la gran calzada. Verde… Rojo… Cada vez que la señal de tráfico se vuelve intermitente, la respiración se le se acelera y sus pupilas se agrandan como dos nebulosas incandescentes expandiéndose por el firmamento.

            El caminante de los cabellos grises y los ojos oscuros se dejó ver por el paseo la mañana de un soleado y brillante día de marzo. Llevaba colgada de su espalda una minúscula mochila; en el centro, medio borrados por el uso, aún se adivinaban los restos de un paisaje del extremo sur norteamericano. Se paró delante de los abanicos y sonrió emocionado. Algo le había llamado la atención. ¿Aguascalientes, conoces Aguascalientes? El acento de aquel hombre, cálido y musical, la transportó en una décima de segundo a mundos perdidos, a recuerdos tan lejanos en el tiempo como cercanos en la memoria. “Va para diez años que dejé allá a mi familia… Mis abuelos contaban que, según una leyenda, descendíamos de los indios chichimecas”.  El caminante se sentó a su lado y conversaron durante horas. Ninguno de los dos se percató de que el multicolor de los abanicos se iba mezclando con el violeta y el rojizo del atardecer y, más tarde,  con el intenso azul de la medianoche. La diferencia de edad entre Verónica y el desconocido no fue obstáculo para que surgiera entre los dos una bonita historia teñida de acuarelas con tonos pastel. El viejo edificio de la remozada estación acogió complacido los encuentros de la pareja. Los días se escabullían jubilosos, revoloteaban exultantes; jugueteaban traviesos entre los gestos y las palabras. Él, la hablaba de una niñez revestida de pobreza, calles sin alumbrado y platos de frijoles con cebolla… Ella le respondía con inagotables historias entre casas encaladas, noches al raso en busca de un aire fresco por donde respirar la vida del día siguiente y alpargatas desgastadas de tanto caminar tras la huella de un futuro tan incierto como descorazonador. Él era un espíritu trashumante con el rumbo abierto hacia cualquier país, con una ruta sin final marcada en trazos discontinuos en el mapa de su vida. A ella nunca se le hubiera ocurrido imaginar que sería la protagonista de un hermoso cuento de hadas como los que su madre le contaba de pequeña, tumbadas las dos sobre un raído colchón de borra, mientras trataba de hacerla olvidar que aquel era el único alimento que durante noches y noches tendrían para llevarse a la boca.

            Verónica y el viajero jamás se hicieron promesas. Por eso, cuando él guardó con disimulo y sonrisa de despedida uno de los abanicos pintados por la joven, ésta supo que aquella sería la última vez que lo tendría cerca. Aceptó su marcha sin un reproche, pero el colorido con el que engalanaba los abanicos se apagó de golpe. Durante algunos meses, incluso desapareció. Los paisajes se volvieron cenicientos; las figuras perdieron el brillo; los tonos se mostraban desvaídos, con aspecto taciturno y rostros carentes de alegría. Luego, poco a poco, los malos vientos fueron dejando paso a la resignación. El mundo no había desaparecido y por muy desagradable que resultara amanecer con la sensación de soledad pegada a los pulmones, debía sobreponerse al desánimo. No era el primer desengaño. Sobreviviría. Estaba convencida.

            Bocanadas de aire templado y húmedo levantan y extienden a lo largo de la acera del céntrico paseo las hojas desprendidas de los árboles caducos. Termina setiembre y, aunque se adivina la llegada del cambio de estación, el clima de la ciudad tarda algunas semanas en borrar la sensación de bochorno propia del recién acabado estío. Más de dos años han transcurrido desde que un viajero con la mochila cargada de duendes y fantasías desapareció sin dejar rastro entre la multitud de pisadas que traspasan a diario las puertas automáticas del complejo ferroviario. Hoy, la ciudad se viste de gala porque la fiesta de la democracia tiene una próxima cita con las urnas.  En una de sus principales plazas se concentran desde la madrugada montones de jóvenes, en su mayoría,  cautivados por aires frescos y renovados que claman a la sociedad para que ciudadanos de todas las ideologías exijan un porvenir común sin escalofríos ni sobresaltos. Atraída por la curiosidad, Verónica decide trasladar su puesto de abanicos junto a los tenderetes de los activistas. El colorido y la animación en esta improvisada ágora del siglo XXI es espectacular. Observadora al principio y solidaria después, se integra en un corrillo de los muchos que, a primera hora de la tarde, inundan con sus reivindicaciones el kilómetro cero de la metrópolis. Cánticos, proclamas, asambleas resueltas a mano alzada y, por encima de todo, unas ganas infinitas de que no haya más noches insomnes, de relanzar sus vidas hacia un futuro prometedor donde queda todo por construir…

            Al cabo de un rato, la muchacha se acerca a otro grupo de jóvenes que, sentados alrededor de una farola, difunden en voz alta reflexiones y pensamientos de José Saramago: “… y a ustedes les toca el deber y la gloria de llevar a la humanidad a la felicidad…”.  A la felicidad…” Repite en voz baja y con nostalgia el final de la frase, aunque ella le da otro significado, más concreto, más íntimo, más dentro de su piel. Seducida y aturdida por la multitud de gritos y pregones, con los abanicos bajo el brazo, recogidos en una modesta bolsa de harpillera,  mientras camina va leyendo cada una de las proclamas que los manifestantes han colocado en los toldos que cubren los distintos puestos temáticos levantados en torno a la monumental fuente que preside la plazoleta. Un estremecimiento de emoción recorre su cuerpo y su mente. El emblema de su pueblo natal figura en una de las fotografías pegadas en lo alto de una farola. Nota los ojos empapados en ausencias… por ello,  no repara en una figura varonil que desde hace varios minutos la sigue con la mirada, mientras se le va acercando con lentitud. Al llegar a su altura, la sujeta con suavidad por el brazo y le pregunta con acento cálido y conmovido: Aguascalientes, ¿conoces Aguascalientes?

            Verónica no se atreve a girar la cabeza. Ha creído reconocer su voz. Al sentir el contacto, firme e inconfundible, de su mano una lluvia de estrellas le devuelve de repente toda la luminosidad a su incierto porvenir. Pero no tiene el valor suficiente para darse la vuelta y dejarse llevar por sus sentimientos. Teme desmayarse, le falta la respiración. En apenas unos instantes, su mente se ahoga en un remolino de ideas temerosas y controvertidas. Desearía desaparecer, volverse invisible, desintegrarse como por encanto, igual que los personajes mágicos de los cuentos infantiles. ¿Y si todo fuera un sueño? ¿Y si la mano que la retiene perteneciera a un desconocido? ¿Estará inventándose una realidad casi olvidada?

            El hombre de los cabellos grises siempre ha confiado en su suerte. Algo en su interior le susurra que, de ahora en adelante, el sonido del viento no le hará escapar en busca de otros horizontes. Sus raíces han prendido junto a alguien que no se atreve a mostrarle su gesto más amable por temor a la ingratitud de volver a sentir la estancia vacía. El hombre sonríe, saca de su mochila un abanico que Verónica reconoce inmediatamente y se lo ofrece con un guiño de complicidad. La plaza se ha quedado vacía. Alrededor de la pareja solo pululan dos o tres gatos que acuden a buscar los restos de comida que han abandonado los manifestantes y los turistas que por allí han pasado durante el día. Es medianoche. Suenan las doce en el reloj. El cercano amanecer dará la bienvenida a un día distinto en la vida de dos personajes de ficción que, a partir de ahora, desgranarán sus aventuras en la imaginación de cada uno de nosotros.


                                                           *    *    *    *

domingo, 6 de febrero de 2011

KAFETO

Apenas son tres las horas que caen sobre la noche en el barrio madrileño de Vallekas y Kafeto, mi gato, se atusa sus melenas con cuidado y suavidad. Es feliz. Le gusta, junto a mí, escuchar música a través de los altavoces del ordenador... mientras trastea con lo primero que encuentra al alcance de sus bigotes. Es gato. De vez en cuando, se queda quieto, muy quieto, con las orejas al viento, como si lo único importante de ese mágico momento fuera mantener toda su atención sobre el cha cha chá, el bolígrafo, las teclas o la voz que desde el interior del aparato misterioso comienza a desgranar unos versos de Miguel Hernández... “no perdono a la vida desatenta...” Kafeto, creo haberlo dicho antes, es gato y los gatos no perdonan a la vida que desatienda muchas voces porque su origen desagrade a las gentes de bien...


En la sobrenoche, lluviosa y breve, nuevos ritmos latinos rompen el alba. Más allá, los duelos. Más acá, las coplas. Kafeto se me queda mirando fijamente ¿Gentes de bien? ¡Pero qué me cuentas! Los gatos no comprenden que la vida sólo deban disfrutarla los armiños inertes y los charoles inmaculados. Los gatos son muy curiosos y desde mi ventana se divisan con toda nitidez los visillos desgarrados, el desaliño en los ojos y las arrugas adormiladas sobre la mesa camilla. Apenas son seis los meses que Kafeto lleva de gato y aún no le he contado que en la calle, a dos pasos de esta habitación, viven seres como él y como yo, a los que un mal día las buenas gentes de bien de otros países de bien embaucaron al son de placeres virtuales y les obligaron a llenar la maleta de sueños locos. Aún no se lo he contado... pero él ya lo sabe. Porque Kafeto es gato.

Suena una radio desde el interior del aparato misterioso y Luis Pastor recita a Saramago con la pasión de un adolescente.

ASÍ SON ELLOS

(Para Asterix)


¡Ya no soporto ni una injusticia más! ¿No te da vergüenza? Llevamos juntos diez años y creía que eras mi amigo. Confiaba en ti. Siempre te he defendido delante de mis padres cada vez que cometías alguna travesura. Contra mí descargaron su ira la noche en que desapareció misteriosamente de la despensa la tarta de cumpleaños de papá y cuando se hizo añicos el jarrón favorito de mamá fui yo quien cargó con el castigo. Por última vez, ¿dónde has escondido mi entrada para ver la final de Copa? ¡Guau! escuché como única respuesta desde debajo de mi cama.